martes, 29 de abril de 2008

Larga distancia

Larga distancia de Martín Caparrós exprime un estadio de sensaciones en las que la temática del viaje abarca todo el concepto. Estos tres pasajes actuaron como disparador para contar mis sensaciones con ellos.

“Moscú era un artículo difícil y uno de los primeros. Ahora ya sé que de todas maneras –de alguna manera- todo termina por funcionar, pero igual me desespero en esas primeras horas en que una ciudad, un tema, parecen demasiado grandes, ajenos, inabarcables”

La incertidumbre siempre juega como aliada, pero de toda hoja en blanco. Este síndrome parece atacar a cada quien intente colocar un caractér vía word o, hace más tiempo, con lápiz y papel. Pero si se insiste, si se cree en lo que uno tiene para decir, simplemente se revela un interior, justamente, porque se tiene algo para decir. Esa es la clave: tener algo que se deslice de tu cerebro, se meta en la autopista de tus dedos y termine fundido en la pantalla.

“Se establece un tiempo específico, distinto del habitual, que no es el tiempo de la vida, para recorrer lugares que no tienen para el viajero más realidad que la de ese período acotado y su recuerdo: que volverán a la inexistencia una vez abandonados. El viaje provee la tranquilidad de actuar en un teatro ajeno, donde uno se juega, con los tiempos acotados de antemano: el placer infinito de suponerse otro, de descansar de sí mismo por un tiempo previsto (...) el placer infinito de suponerse otro, de descansar de si mismo por un tiempo previsto”

A nuestros viajes de placer partimos con presupuestos, algunas certezas y otras no tanto, pero embebidos de una felicidad tamaño XL. Como bien dice Caparros: “no es el tiempo de la vida”. ¿Será por eso que el relax de las vacaciones sufre una mutación que la emparenta a otro relax, al que se vive en la ensoñación uterina de una hamaca paraguaya o a una nueva vida dentro de otra vida? Que atrayente resulta sentirse tan outsider, donde jugar de visitante –si me permiten la analogía futbolera- nunca resulta tan atrayente como en este periodo. ¿Y que decir de “descansar de si mismo por un tiempo previsto? Una condensación elegante del clásico popular: “Si yo pudiese, acá me quedo y largo todo”

El viaje impone sus obligaciones: si uno está en China, supone que debe hacer esas cosas diferentes que sólo China ofrece. Hace años, cerca de El Cairo, unos camelleros ofrecían camellos viejos para pequeñas cabalgatas por el desierto. Tenía calor, no tenía dinero, alguien me había dicho que el paseo era interesante. Un camellero más insistente que los otros mantuvo el asedio, y su argumento era la esencia de esta idea del viaje.

- Señor, seguramente nunca más tendrá la oportunidad de hacer esta travesía.

Y mi postal de Egipto nunca estaría completa, y nunca podría volver a mirar a Lawrence de Arabia cara a cara. Hay que cumplir con los mitos. Y, en el mejor de los casos, el viaje es un choque entre los mitos previos y los que uno se está construyendo en ese momento”

Recuerdo que en un viaje a una de las ciudades más lindas de Latinoamérica perdí, con bastante falta del sentido de la oportunidad, visitar una de sus atracciones más emblemáticas, sería algo así como, si vivís fuera de Buenos Aires y estás de paso por la Ciudad, no visitar el obelisco. Por eso, cada vez que aparece alguna imagen o alguien me habla de esa atracción en esa Ciudad latinoamericana, no puedo evitar pensar en lo tonto que fui. Es algo que no puedo evitar: pensar que estaba tan cerca y no lo hice, etc., etc., etc.

Bien por Caparros a la hora de desafiar al mito, por cuestionarlo y, finalmente, derribarlo.

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